16/7/17

¡A DISFRUTAR!



Hoy ha sido uno de esos días en los que no tenía mucho tiempo pero si unas ganas inmensas de hacer kilómetros. De modo que, nada más salir de mi recién estrenado trabajo, no pierdo ocasión de alegrarme por ello, desempolvé la Varadero y me dispuse a rodar hasta que se me quitase el mono de moto. Lo decidió ella, no yo, y pusimos rumbo a Pola de Siero, con la idea de atravesar por la Campa hasta llegar a Villaviciosa. Pronto el nerviosismo de mi montura hizo que acelerase por encima de lo que mi habitual prudencia me dicta a tan pocos kilómetros de la salida. Pero quise pasar las curvas disfrutando del rugir del Pascualin y me lance a la carretera girando curva tras curva hasta llegar a la Villa. En algunas he de reconocer que estuve bien, pero en otras me parecía escuchar ciertas voces expertas recriminando mi falta de concentración. ¡Tan malas fueron!
Tenía que concentrarme aun más en el siguiente tramo. Pero mi cuerpo estaba en otro menester. Al salir de forma tan precipitada de mi casa olvide comer, algo  a lo que de forma caprichosa, me he acostumbrado en los últimos años. De modo que mi estomago comenzó a hacer unos ruidos que ni la moto de Rober superaba. Y como visitar el chiringuito siempre es una buena idea, puse rumbo a Arriondas para bien llantar y mejor libar. Las chicas estaban demasiado ocupadas, por lo que la charla fue efímera, pero siempre es un placer comer allí, tanto por el trato, como por la ubicación. Mientras saboreaba un asturiano y dos botellas de agua fría, estaba deshidratado, pensé por donde podía volver y recordé la carretera que va desde Infiesto a la Villa, que no por conocida resulta menos atractiva. Así, tras despedirme de las muchachas rodé con suavidad hasta el desvío que me llevaría de nuevo hasta Villaviciosa. Allí se disiparon mis miedos, y giro tras giro, con apenas ligeros toques de freno trasero, disfrute de un tiempo de bonanza sobre mi altísima compañera. Intuía la sonrisa de mis voces expertas al comprobar que trazaba con acierto y elegancia el 90% de las curvas que iban apareciendo ante mi. Cuando me quise dar cuenta estaba en la Llorea, y tras una visita somera al campo de golf, pude comprobar que a pesar de los años sin practicar y los kilos que se han ido adhiriendo a mi cuerpo-escombro, aun puedo presumir de cierta elegancia manejando el hierro 7. ¡Una tarde estupenda! Pocos kilómetros, pero intensos, y eso sí, me ha servido para olvidar el cansancio acumulado en la semana. Al menos hasta ahora, cuando ya en casa, descubro que mi cuerpo serrano se queja a cada paso que doy. ¡Pero mereció la pena que coño!

Pd) En esta ocasión no tenía tiempo ni ganas de parar para hacer fotos ilustrativas, por lo que os emplazo a usar la imaginación para encontrar esos rincones tan conocidos de la ruta descrita

Agradecimientos: Esta crónica no hubiera sido posible sin la colaboración de nuestro maravilloso paisaje asturiano y el buen hacer de Bea y Lydia en el Chiringuito Motero

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