1/11/09

Grease, recuerdo de otro tiempo

Hoy he vuelto a ver Grease por enésima vez. ¡No sé porque me gusta tanto! Supongo que además de por los números musicales, por la simplicidad engañosa de su argumento y por la música de los Bee Gees, es porque me recuerda un tiempo en el que la despreocupación de la juventud no nos permitía imaginar que íbamos a depender de algo llamado “stress”. Un tiempo en el que cierto grupo de amigos del barrio, ataviados con pantalones vaqueros, zapatillas “all star” y cazadoras de cuero compradas en el rastro, tomábamos la Gran Vía de Madrid para llegar al estreno de la película de John Travolta y Olivia Newton-John. La brillantina en el pelo, las gafas de sol y los coloridos pañuelos de las “Pin Up” que nos acompañaban llamaban la atención de una ciudadanía poco acostumbrada a semejante demostración de desvergüenza. Aquellos días en los que algunos, por fin podíamos salir del barrio sobre nuestras motos, única diferencia con Danny y Kenickie, quienes estrenaban un coche la noche de las hogueras. El ruido de las Norton, Benelli y de las Metralla, Brinco y Puig Cobra, llenaba las calles del centro, repletas aquel día de la versión española de los T- Byrds. Todos los barrios, todos los estilos, llegábamos con la sana intención de bailar al ritmo de los Sha Na Na, versionando los viejos éxitos de los 50. ¡Que tiempos!
Por eso hoy, tantos años después, sigo disfrutando de cada minuto de este clásico parido en los teatros de Broadway. Y por eso fue tan importante la salida de este sábado. Había olvidado lo que era rodar sobre una moto sin pensar nada más que en disfrutar del paisaje, de las carreteras, de los pueblos… Y es que todo se acaba arreglando. Al menos eso voy a pensar cada día hasta que me abandonen las ganas de vivir. Meternos de lleno en el Valle del Ponga fue como una vuelta atrás en el tiempo. Por un instante, logramos detenerlo para contemplar emocionados la caída de las hojas. Por un instante volví a sentirme joven, a pesar de que los años pasan factura, y el tiempo sin rodar hace aparecer dolores que ya creíamos desterrados.
Llegar a Beleño fue una aventura. Algunas carreteras, repletas de hojas caídas, presentaban la humedad de las sombras, y quietas, recordaban un tiempo sin circulación. Los pequeños pueblos y las brañas que atravesábamos configuraban un paisaje tan asturiano como reconfortante y poco a poco conseguían hacerme recordar el motivo por el que quise volver a mi tierra. No soy hombre de acentos, apenas se me pegan los giros que tan simpáticos se me hacen al oído, pero mi corazón habla en bable y mis ojos se entusiasman al recibir los verdes y los ocres de cualquier monte asturiano. Beleño no es más que un pequeño pueblo situado en el concejo de Ponga, es su capital, pero visto desde el mirador situado al otro lado del valle, parece como si alguien lo hubiera pintado de forma exquisita en mitad de la ladera. Tan bello y singular que en el momento de partir hacia Cangas de Onís, para cerrar un precioso día, quise volver a mirar y asegurarme de que tan evocadora imagen tardara tiempo en borrarse de mí retina.

Hacia el Puente Romano de Cangas, las carreteras se estrechaban sorteando barrancos y ríos, serpenteando por entre las montañas del concejo. Una imagen de la Santa Compaña se me vino a la cabeza en la película de José Luis Cuerda, “El Bosque animado”. Alfredo Landa, magistral, recorría parajes similares a estos, llenos de misterio, brumas y leyendas. Y a nuestro paso, las hojas caídas parecían avisarnos del tiempo en el que nos encontrábamos. Ya frio por el mes y por la hora, el paisaje que nos envolvía paraba de vez en cuando mis latidos, y los ojos se afanaban en guardar cuanta belleza pudieran abarcar. Los colores del otoño siempre me gustaron y un día como este no iba a ser menos.

Ya de noche, la vuelta a casa supuso un constante recordar lo vivido y soñar con lo que me queda por hacer en esta tierra. Si además, añades un grupo con el que la comida se convierte en una celebración y el buen humor guía cada paso, ¿qué más puedes pedir? Solo una cosa, ¡repetir cuanto antes!

22/9/09

Caballeros del Asfalto


Una de las ventajas de viajar en moto es la de conocer gente de otras comunidades. Yo he tenido la fortuna de trabar conocimiento con gentes dispares, grupos de amantes de la moto que ruedan a lo largo de toda nuestra geografía. Uno de esos grupos con los que me siento especialmente unido es el de Los Caballeros del Asfalto. Coincidimos en la primera Concentración en León y desde entonces nos hemos ido viendo en distintas reuniones. Por eso, a la hora de organizar ellos su propio encuentro, estuve encantado de acudir a visitarles.


Invitados por Elsi, una estupenda compañera de viaje, preparamos la ruta. Temprano, muy temprano, salimos de casa el sábado 19 de septiembre para llegar a tiempo de realizar la ruta con ellos. Las carreteras de la zona, nos son conocidas ya que desde Asturias hemos rodado en varias ocasiones por tierras vecinas. Pero rodar en grupo tan numeroso, de vez en cuando, resulta divertido. Por ello se hizo corto el camino hasta el Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León, ubicado en el Valle de Sabero. La localidad que da nombre al valle, nos recibió con los brazos abiertos, y los “callos” calentitos. Tras un aperitivo, la obligada visita al museo. Para mí, emocionante debido a ciertos temas familiares que tenía olvidados. Y después, ¡a la pitanza! Yo comí bien. Cierto es que habiendo reducido la cantidad de comida que engullo últimamente, no me sacie, pero comí un poco de todo.

Aunque si se vieron pasos interesantes, eche de menos a mi amiga Sanabel, no se prodigaban los Fred y Ginger a la hora de la sobremesa y baile. Eso sí, mientras sorbíamos poco a poco un digestivo, reímos bastante y a la postre va a resultar interesante recordar algunas “Congas” y ciertos “Paquitos”.






La idea era marchar al hotel para dormir un poco y llegar enteros a la cena y posterior ruta “barítima”. Pero entonces se nos fue al suelo Ricardo y aunque hoy podemos decir que no ha sido nada grave, el susto nos dejo helados para casi todo el resto del día.

Por eso la cena resulto un pelín seria. Pero hay que continuar y los jóvenes marcharon para el húmedo a terminar la jornada con copas y bailes. Unos cuantos, machacados por el sueño y cierto agotamiento psicológico, decidimos charlar en un bar cerca del hotel y volver a la cama pronto para poder acompañar a Elsi al Hospital antes de ponernos en ruta hacia nuestros hogares.

Lo de Mafre tiene delito y que un Hospital quiera deshacerse de un accidentado, es para gritar, pero esto será otra historia. Ricardo estaba en urgencias, medio aturdido, pero entero y feliz por estar como estaba. Quedamos en vernos pronto y le dejamos a la espera de una ambulancia que iba a trasladarle hasta Avilés. Otra historia que contar, y se contará.

Los asturianos partimos hacia Boñar, camino de San Isidro, excepto Fidel y Susana, que quisieron ir hacia las Medulas, en Ponferrada antes de volver a casa. Una pareja extraordinaria. Solo por conocerlos valió la pena el viaje. Y de los demás, que decir. Joshe y Txano, viajar con ellos siempre resulta interesante. Elsi, una mujer de una pieza y con muchas ganas de vivir. Un placer volver a rodar con Melandru, acompañado en esta ocasión por Rebeca. Buena chica. De Medion que voy a decir. Uno de los de siempre con los que gusta rodar y charlar. Y el inefable Ricardo, protagonista involuntario del viaje y un tipo estupendo. Con gente así, da gusto viajar. Faltaron algunos de esos que considero imprescindibles en toda ruta que se precie, pero no todo iba a ser perfecto.

En definitiva, un gran fin de semana que, aun marcado por el accidente, sirvió para volver a ver a gente estupenda y conocer a otros igual de interesantes.

La vuelta se desarrollo sin ningún problema. Salimos dirección Boñar, para volver por San Isidro. Un puerto, desde mi punto de vista, más atractivo que Pajares. Mejor carretera y magníficas vistas. Llegamos la cumbre a eso de las 13,30 y decidimos comer algo allí para, después de una sobremesa tranquila, hacer el último tramo hasta casa. Como siempre, los de Gijón se fueron por la minera, y esta vez yo solo, de frente hasta Soto de Llanera, donde un baño caliente y una copa de ron me ayudaron a templar el cuerpo. Mientras Frank Sinatra derrochaba talento por toda la casa, pensé en lo afortunado que soy. Después de tantos años rodando sobre una moto, no he tenido que lamentar más que un pequeño susto sin apenas consecuencias. Espero que siga la racha. Mientras dedico un momento a Ricardo, me voy quedando dormido envuelto en vapores de Sándalo y Pampero. Mañana será otro día.