23/6/09

De ruta y risas

Se abría el cielo poco a poco dejando ver por entre las negras nubes el paso a un claro azul que prometía tiempos de risa y sidra…. ¡Y embutidos, muchos embutidos! Mientras preparaba la mochila, suficiente para un par de días, contemplaba ansioso la evolución de las nieblas lejanas. Las montañas aparecían cubiertas, amenazantes, pero nada iba a impedir que la aventura tuviera su inicio en el aparcamiento de Leroy Merlin. Un clásico de las quedadas. Partíamos a las “10 am” un grupín curioso. Xaba y María, dispuestos a dormir en Benavente, Carlinos y Carlos, ya pareja de hecho tras dormir muy juntos en el Hotel Santiago, Txano y Joshe, llevando su chalet portátil y Fernando y Eva, una sorpresa muy agradable. Santi y Josín iban a venir, pero solo Santi se presento a la salida. Se añoró al Líder Carismático, pero el trabajo es el trabajo. Con este cronista la cabeza, la manada dirigió sus pasos hacia la autopista, dispuestos a devorar los kilómetros que nos separaban de la autentica aventura. La que comienza en el desvío hacia Moreda, camino del puerto de San Isidro.




















Al paso por Cabañaquinta, las nubes comenzaron a amenazar la ruta de los “celtastures”, pero varios hados buenos decidieron darnos tregua para disfrutar, ahora sí, de todo un fin de semana soleado. Hicimos alto en San Isidro. El primer café y los primeros chorizos, se unieron en un “tentempié” que marcaría lo que iba a ser una constante en la aventura. La serpenteante carretera nos llevo bordeando el embalse de Porma hasta Boñar. Tras un pequeño lio de rotondas, decidimos cruzar hacia La Robla y atravesar León hasta alcanzar la carretera de Benavente. Pasar por León es revivir su historia y mientras la cruzamos oigo el metálico chocar de espadas cristianas y sables musulmanes en los primeros siglos de la Reconquista. Una historia escrita a sangre y fuego entre los invasores y el incipiente reino asturiano, que pronto se convirtió en sede regia, en Capital del Reino de León. La dejamos atrás con pena para mirar al futuro cercano, la sede del “Convenio de Benavente”, escenario de la unión definitiva entre Castilla y León. Eso sí, una ciudad habitada por la tribu astur de los Brigecienses hasta 1164.

Comimos en el centro de la ciudad, antes de acercarnos a la Encrucijada, donde Txano y Joshe pondrían su chalet. Nosotros al hotel, a descargar y registrarnos. Listos para la jornada, nos encontramos con algunos amigos y el buen rollo que nos acompañaba se apoderó de los aventureros. Comenzaba así lo que sería una larga e inolvidable tarde. En la barra de la Concentración cayeron los primeros “Cachis”, las primeras cervezas, y las primeras Mixtas. Tras ellas, algunas más hasta llegar a tomar la sidra que ofrecía la organización. Una buena botella, o dos, o tres, o cuatro, o cinco,…y empezaron a hacer efecto. Unas sidras más y de vuelta a la zona de acampada para saborear la cena que nos tenían preparada. Una parrillada que dejo su huella en más de una moto. Como estábamos eufóricos por volver a viajar juntos, la cena resulto más que divertida. Tras ella y dispuestos a lo que viniera, atracamos junto a la barra para poner en marcha una noche en la que no faltaron bailes, saltos, caídas(ver al gnomo patas pa arriba debió ser un espectáculo) y fotografías con más de una aspirante a “pin up”. ¡Que gran noche!. A la una de la madrugada, algunos, decidimos dar por terminada la juerga y marchar para el hotel. La ruta del domingo iba a ocuparnos todo el día.

El desayuno en el Hotel Paraíso fue bastante escaso, apenas un cafetín para despejarnos mínimamente. Los que aún quedabamos, navegamos hacia Rivadelago. Una carretera sin apenas historia que nos llevo al Parque Natural del Lago de Sanabria. ¡Allí sí!, allí sí que merecía la pena abrir los ojos. La ruta nos metió de lleno entre miles y miles de árboles de un verde intenso, oscuro, como el Lago. El mayor de origen glaciar de la Península Ibérica. Si yo fuera “Nessy” no me importaría mudarme a ese paradisíaco lugar. Una estampa increíble nos esperaba al llegar. La grandiosidad de las aguas nos quitaron la palabra. Apenas un minuto, pero mirando aquella maravilla dejamos por un instante las bromas y disfrutamos de lo que se nos ofrecía. Un cielo azul brillante y las aguas más verdes que puedes encontrar en plena Castilla León. ¡Una gozada!. Ya en Rivadelago Vieja, nos sentamos a tomar lo que en un principio iba a ser un frugal aperitivo. Calamares, croquetas, jamón, queso, chorizo, y alitas de pollo. Tan buenas estaban que repetimos en un par de ocasiones. Estábamos muy a gusto y más al saber que se nos uniría Marta. Una aventurera que monto su “suzukita” y recorrio más de 700 kilómetros al terminar la jornada con nosotros. Allí, al sol, seguimos disfrutando de un día con mucho calor en todos los sentidos.

Marta llego a la velocidad de la luz y tras unos calamares y la charla con los vecinos de mesa, también moteros. Nos pusimos en marcha. De vuelta a Asturias haciendo kilómetros. La idea inicial fue la de subir por Leitariegos, y gracias a nuestros vecinos decidimos ir por A Gudiña y el Alto de Covelo. Una carretera increíble con paisajes de los que hacen imposible ocultar las sensaciones. Atravesamos la zona gallega hasta pasar Freixido, donde descansamos. Decidimos elegir de entre los puertos, el de Somiedo, más abierto y dado que ya era tarde, más fácil de trazar por la noche. El cansancio se iba acumulando y paramos de nuevo en Toreno, dejando atrás Ponferrada y Cacavelos. Allí de nuevo el queso, el chorizo y los embutidos nos pusieron en forma para afrontar la última etapa de nuestro viaje. Pasamos por la Babia hasta llegar a Villablinos, una carretera digna de repetir. Bien de asfalto y escasa de circulación, rodamos a buen ritmo disfrutando de cada curva y cada paisaje con deleite. El frio iba colándose por los huesos y bajando Somiedo nos paramos para entrar en calor colocándonos ropa más a propósito. La última parada fue en el pueblo de Somiedo. Un hotel vio nuestra despedida y la angustia de saber que empezaba a escasear la gasolina. A esas horas, las estaciones de servicio de la zona estaban cerradas. Por suerte, encontramos un “Sangrila” donde abastecernos para terminar la jornada a la una de la madrugada, orgulloso y feliz por un gran encuentro. El mero recuerdo de cada minuto me hace sonreír como un bobo. Y es que hacía mucho tiempo que no se daban las circunstancias apropiadas para esbozar una sonrisa. Gracias por un gran fin de semana. ¡Hasta siempre!