23/10/12

¿De quien es la culpa?



Esta mañana he salido a rodar.  Tengo por costumbre hacer una ruta que me lleva hasta Villaviciosa, tomando por la carretera que sale hacia La encrucijada y Cabranes.  Cuando llego a la Villa vuelvo por La Campa, dos tramos sencillos de apenas 100 km. Lo justo para endurecer los glúteos y quitar a la moto el polvo de llantas y discos, acumulado por la falta de rodaje obligatoria. ¿Sabéis esa sensación de soledad  que nos embarga cuando rodamos solos? ¿Esa paz, casi religiosa, que envuelve nuestra montura  y que nos permite desenmarañar esa madeja en que se convierte nuestra vida tan solo con vivirla? Me gusta verme envuelto en esas sensaciones de vez en cuando. En ese trance, como bien conocéis la mayoría de vosotros, la media suele ser bastante baja. Se trata de disfrutar de los paisajes y las carreteras, no de acortar el tiempo de viaje. Pues en esa tesitura me encontraba, disfrutando de las primeras curvas del camino. Esas que se encadenan de forma casi perfecta cuando pasas el desvío hacia Cabranes. Esas curvas continuadas que parecen acunar la moto y que te permiten disfrutar, sin apenas esfuerzo, del recorrido, cuando se me vino encima un coche que circulaba, con descaro, por mi carril. Tuvo que dar un volantazo y a punto estuvo de salirse de la calzada. Sorprendido  y un poco desencajado, lo reconozco, inicie la maniobra de cambio de dirección para asegurarme de que el mamarracho en cuestión recibiera, al menos una reprimenda.  De pronto, el coche arranco con violencia dejando  la marca de su idiotez en el asfalto. Mientras le miraba incrédulo, me obsequio  con ese genuino gesto manual con el corazón extendido. Lo único, que por otra parte, será capaz de hacer con ese dedo. Lo agito varias veces y se perdió en la distancia. Incapaz de entender al enlatado, probablemente ebrio de su propia estupidez, sacudí la cabeza y retome con tranquilidad la ruta. Apenas dos kilómetros después, en otra divertida sucesión de curvas, dos coches empeñados en no dejarse adelantar el uno al otro,  corrían hacia mí ocupando en su carrera ambos carriles.  Clavé los frenos y esperé para intentar colarme por donde hubiera hueco. Uno de ellos cedió en su intención y freno para dejar  pasar a su rival. Mientras se cruzaban conmigo, completamente anonadado, me espetaron de forma airada el tan característico signo del dedo corazón. ¡Increíble! A la vuelta por la Campa, detuve la moto en el Monasterio de Valdediós para agradecer al creador el hecho de que la estupidez de ciertos mequetrefes no hubiera acabado con mi vida.
Ahora la cuestión es que cualquiera de ellos habría podido matarme. Y lo más probable es que se me habría culpado a mí por el espantoso crimen de llevar una moto. Nosotros sabemos que más del 70% de los accidentes en los que se ve involucrada una motocicleta son culpa de los enlatados. Se hace poco hincapié en este detalle y la prensa que cubre con desgana la noticia, solo especifica quien fue el culpable en los casos en los que la culpa fue del motorista. Y ese, queridos amigos, es uno de los motivos por los que tenemos tan mala fama. Hoy he podido morir dos veces y en ambas ocasiones el conductor del coche hubiera sido el artífice de mi destrucción. Manejad las estadísticas…
El motivo de esta diatriba no es otro que el de pedir una vez más a quienes suelen usar el coche, que tengan en cuenta la fragilidad de quienes viajamos en moto. Sé que muchos de los que leéis mi muro vais a tener en cuenta este mensaje, para el resto, majaderos, imaginad el gesto que os dedico, a riesgo de ponerme a la altura de quienes hoy han mostrado su escaso juicio por la carretera.
Salud y buenas rutas
(Hago notar el tono tranquilo de mi discurso. En una primera versión las exclamaciones, insultos y adjetivos para con semejantes desechos humanos eran irreproducibles. Pero os conmino a que, en un ejercicio de imaginación, le pongáis los epítetos más insultantes que se os ocurran. Os aseguro que os vais a quedar cortos si los comparamos con los que yo les estaba dedicando.)

No hay comentarios: