13/6/11

Rinlo

Un año más se nos echa el verano encima. El paso de las estaciones te coge por sorpresa y si no te apresuras, el cambio del color del cielo puede pasarte desapercibido. Tan rápido, tan sutil…Tanto tiempo sin salir y de pronto, ¡un día perfecto! Dudas a primera hora, pero de forma casi inmediata, nos decidimos a rodar en moto. La idea no estaba muy clara, pero al ver que estábamos todos dispuestos, salimos hacia Rinlo a eso de las 12 de la mañana. Nos esperaba un arroz caldoso que resultaría ser un autentico espectáculo. La ruta, transcurría por la costa, aprovechando los tramos de autovía para acelerar un poco, pero había ganas de charlar, de compartir cada minuto, por lo que hicimos un alto en Navia para visitar El Antolín, un clásico de la ruta. Entonces supimos que iba a ser un día grande. ¡Hay tanta complicidad entre nosotros! Basta un gesto para saber en que punto estamos, y eso hace que se disfrute de la compañía tanto o más que de la ruta. Lo cierto es que salir por donde quiera que se nos ocurra en estas tierras y con este grupo, se convierte cada vez en un placer y una sorpresa.
Ante las primeras cervezas del día y saboreando los aperitivos que imaginamos como preludio de una gran comida, hicieron acto de presencia las primeras risas. Llegaron como siempre, sin forzarlas. Y con nosotros estuvieron hasta muy entrada la noche. Los primeros chistes, las primeras bromas, una Custom entre la nobleza, y el sol que nos esperaba fuera, formaban el marco ideal para el perfecto día de ruta.
Entrar en Galicia siempre es un placer. Los pequeños pueblines que jalonaban la costa nos daban la bienvenida con un simpático acento. Pasado Ribadeo, por la carretera que nos llevaría a Burela, se encuentra Rinlo, en Galicia, en la hermosa “mariña” de la provincia de Lugo. Dada mi naturaleza fantasiosa, voy a creerme los cuentos y leyendas que sitúan sus orígenes en la época de los Vikingos. Por un momento me parece ver un gran Drakkar llegando a la costa repleto de barbudos guerreros dispuestos a luchar hasta la muerte. ¡Por Odín, dios de la guerra, por Thor, dios del rayo, arrasemos esta aldea…no sin antes hacernos con la receta del arroz, por supuesto!
En cualquier caso, La Cofradía de Rinlo es un buen lugar para saborear el arroz caldoso previamente encargado. Mientras hacíamos tiempo hasta que llegara la hora reservada, bebimos un estupendo Riveiro, que desato nuestras lenguas e hizo aflorar el ganso que todos llevamos dentro. A la hora en punto nos colocaron delante el arroz. ¡Una maravilla! Abundante, sabroso, repleto de gambas, bogavante, almejas… Para repetir. Y eso hicimos. Una vez… y otra, y otra… Se me hace la boca agua al recordarlo. Entre arroz y Riveiro, sin olvidar la tarta de crema de castaña, decidimos pasar por la tarde a ver la playa de las Catedrales. No estaba lejos y algunos no habíamos tenido la oportunidad de verla. Un acierto.
Allí paramos la broma durante al menos un par de minutos. La majestuosidad de los acantilados nos dejó sin habla. Con marea baja, algunos curiosos deambulaban por entre las inmensas formaciones rocosas situadas a lo largo de varios kilómetros. Separadas de la península apenas unos metros, configuraban un impresionante paisaje. Pero pronto volvimos a encontrar motivos para la risa y entre chanzas, chacotas, befas y risillas, montamos de nuevo para encontrarnos cara a cara con la ruta. Una ruta conocida, pero siempre desafiante, una ruta para rodar. Luarca fue de nuevo lugar de fonda. Un poco más de charla y tiempo para decidir el fin de la jornada. Ninguno parecía querer acabar la jornada, tal vez Kadio, ¡que había dormido poco!...pero no tardo en unirse a la idea. Todavía teníamos mucho que reír, de modo que se nos ocurrió llegar hasta el Guelu, una sidrería que se esta convirtiendo en habitual fin de ruta para nuestras salidas.
Iban a ser unos culines y termino siendo el escenario del juego de las películas más disparatado que yo recuerde. Del arroz ya no quedaba resto, por lo que el cuerpo pedía de nuevo sustento y a ello nos pusimos con pasión. Sidra, criollos, costillas y patatas, fueron cayendo entre bromas cantos y bailes. Tanto bien estábamos, que, ubicados bajo el hórreo del prao, comenzamos el juego de las películas. En serio, no recuerdo haberme reído tanto en mucho tiempo. ¡A la hora Xana terminamos!

Agotado, pero muy feliz, pase más de una hora sentado en casa repasando un día que difícilmente podré olvidar. Gracias por eso, y por estar ahí. Hasta la próxima.