Llegue a pensar que no podría volver a salir para regalar al cuerpo con una de esas grandes comilonas. Pero ayer se me despejaron las dudas. Tras una larguísima temporada en dique seco, un grupo de amigos volvimos a reunirnos para celebrar… ¡¿que había amanecido?! En cualquier caso, y haciéndole burla a la crisis por un día, quedamos en Callezuela, capital del concejo de Illas, para acercarnos a La Tenada. Un peculiar restaurante ubicado cerca de la gran Iglesia del pueblin. La zona es preciosa, y apuntada queda para cuando el tiempo nos permita coger de nuevo las motos. No demasiado lejos de Avilés, tienes rutas para elegir, por lo que se puede convertir en un agradable paseo de cara a la primavera.
Pero vayamos al lío. La Tenada nos recibe con un
cartelón en la puerta, donde suele estar el menú, que deja claro su filosofía. “Hoy
tenemos lo de todos los días”. Pero es que lo de todos los días es comida de
lujo. No se puede elegir. No hay cabida para las dudas, ni para ponerse remilgado pidiendo una ensaladita de tomates,
o un platín de sopa. La mesa esta
preparada con vino y casera, aunque eso si, puedes pedir otro vino de más
calidad. Los camareros te saludan de forma educada y sin más, comienza el baile
de comida.
Para empezar, muy de acorde con
el tiempo en la calle, un par de ollas de Pote con su correspondiente compango.
Se puede repetir, y así lo hicimos, hasta agotar lo servido. Y os aseguro que
no es nada fácil.
Después, y sin tiempo para
aburrirte en la espera, llegaron las fuentes de combinados. Lomo, huevos
fritos, picadillo y patatas. Todo de primera, aunque a mi particularmente el
lomo me supo a gloria... También podías repetir si te dejaban los compañeros.
Tal era la calidad de la comida.
Con el estomago pidiendo tregua,
nos llegaron los callos. Suficientes para dar de comer a los seis, incluso si
fuera plato único. Ricos. Ricos…
Ya casi al borde del reventón,
dos fuentes de carne, una de ternera y otra de cordero aparecieron por entre
las mesas, reposando sobre un lecho de patatas fritas caseras. Una visión.
Ambas carnes resultaron espectaculares, aunque yo vuelvo a decantarme por la
ternera.
Para terminar, nos dejaron tres
clases distintas de licores. El clásico
orujo, el no menos solicitado orujo de hierbas y mí favorito, un
delicioso orujo de miel. En ello estábamos cuando nos vinieron a preguntar que
queríamos de postre. Ante la menciones de las ofertas, nuestros estómagos
dejaron de quejarse un momento para elegir entre arroz con leche, tarta de
frisuelos rellenos o queso de peral y membrillo. Yo, que adoro el arroz con
leche quise probar el frisuelo, ya que el camarero menciono que su relleno era precisamente de
arroz con leche. Pero estaba acabado con una salsa de manzana caramelizada por
encima que me resulto muy atractivo. ¡Un acierto! Todavía hoy recuerdo ese
frisuelo. No quería acabarlo. Mi intención primera fue la de adoptarlo y llevármelo
a casa. ¡Que bueno estaba!
La sobremesa y el café terminaron
de redondear una comida de las que merecen la pena recordar.
Un ultimo licor en casa de Toño,
de los que matan todas las bacterias que pudieras tener en el estomago, y para
casa. No sin antes pasarnos por el campo del Lugones para verle perder ante la Universidad de Oviedo.
¡Una lástima!
Ya estoy deseando volver a La Tenada. ¡Ese frisuelo hay
que volver a comerlo!
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