Esta mañana he salido a
rodar. Tengo por costumbre hacer una
ruta que me lleva hasta Villaviciosa, tomando por la carretera que sale hacia
La encrucijada y Cabranes. Cuando llego
a la Villa vuelvo por La Campa, dos tramos sencillos de apenas 100 km. Lo justo
para endurecer los glúteos y quitar a la moto el polvo de llantas y discos,
acumulado por la falta de rodaje obligatoria. ¿Sabéis esa sensación de
soledad que nos embarga cuando rodamos
solos? ¿Esa paz, casi religiosa, que envuelve nuestra montura y que nos permite desenmarañar esa madeja en
que se convierte nuestra vida tan solo con vivirla? Me gusta verme envuelto en
esas sensaciones de vez en cuando. En ese trance, como bien conocéis la mayoría
de vosotros, la media suele ser bastante baja. Se trata de disfrutar de los
paisajes y las carreteras, no de acortar el tiempo de viaje. Pues en esa
tesitura me encontraba, disfrutando de las primeras curvas del camino. Esas que
se encadenan de forma casi perfecta cuando pasas el desvío hacia Cabranes. Esas
curvas continuadas que parecen acunar la moto y que te permiten disfrutar, sin
apenas esfuerzo, del recorrido, cuando se me vino encima un coche que
circulaba, con descaro, por mi carril. Tuvo que dar un volantazo y a punto
estuvo de salirse de la calzada. Sorprendido
y un poco desencajado, lo reconozco, inicie la maniobra de cambio de
dirección para asegurarme de que el mamarracho en cuestión recibiera, al menos
una reprimenda. De pronto, el coche
arranco con violencia dejando la marca
de su idiotez en el asfalto. Mientras le miraba incrédulo, me obsequio con ese genuino gesto manual con el corazón
extendido. Lo único, que por otra parte, será capaz de hacer con ese dedo. Lo
agito varias veces y se perdió en la distancia. Incapaz de entender al enlatado,
probablemente ebrio de su propia estupidez, sacudí la cabeza y retome con
tranquilidad la ruta. Apenas dos kilómetros después, en otra divertida sucesión
de curvas, dos coches empeñados en no dejarse adelantar el uno al otro, corrían hacia mí ocupando en su carrera ambos
carriles. Clavé los frenos y esperé para
intentar colarme por donde hubiera hueco. Uno de ellos cedió en su intención y
freno para dejar pasar a su rival.
Mientras se cruzaban conmigo, completamente anonadado, me espetaron de forma
airada el tan característico signo del dedo corazón. ¡Increíble! A la vuelta
por la Campa, detuve la moto en el Monasterio de Valdediós para agradecer al
creador el hecho de que la estupidez de ciertos mequetrefes no hubiera acabado
con mi vida.
Ahora la cuestión es que
cualquiera de ellos habría podido matarme. Y lo más probable es que se me
habría culpado a mí por el espantoso crimen de llevar una moto. Nosotros
sabemos que más del 70% de los accidentes en los que se ve involucrada una
motocicleta son culpa de los enlatados. Se hace poco hincapié en este detalle y
la prensa que cubre con desgana la noticia, solo especifica quien fue el
culpable en los casos en los que la culpa fue del motorista. Y ese, queridos
amigos, es uno de los motivos por los que tenemos tan mala fama. Hoy he podido
morir dos veces y en ambas ocasiones el conductor del coche hubiera sido el
artífice de mi destrucción. Manejad las estadísticas…
El motivo de esta diatriba no es
otro que el de pedir una vez más a quienes suelen usar el coche, que tengan en
cuenta la fragilidad de quienes viajamos en moto. Sé que muchos de los que leéis
mi muro vais a tener en cuenta este mensaje, para el resto, majaderos, imaginad
el gesto que os dedico, a riesgo de ponerme a la altura de quienes hoy han mostrado
su escaso juicio por la carretera.
Salud y buenas rutas
(Hago notar el tono tranquilo de
mi discurso. En una primera versión las exclamaciones, insultos y adjetivos
para con semejantes desechos humanos eran irreproducibles.
Pero os conmino a que, en un ejercicio de imaginación, le pongáis los epítetos
más insultantes que se os ocurran. Os aseguro que os vais a quedar cortos si
los comparamos con los que yo les estaba dedicando.)
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