Fue una idea que
nació en moto. Enrique, llamado
Racing,
comenzó a reunir a un grupo de amigos en su casa, para charlar y degustar una paella. Amigos escogidos de todas partes. Este año, por primera vez, acudía desde
Oviedo. En casa esperé la llegada de Sergio, quien viajaría conmigo hasta
Liencres. Llegaba de Madrid para acudir juntos a la reunión de
Cantabria. La noche, como cada vez que nos vemos, pudo alargarse por la charla pendiente. Pero queríamos salir temprano para hacer una buena ruta, por lo que precipitamos el sueño para estar frescos a la mañana siguiente.
Amaneció despejado y con promesa de buen tiempo, de modo que tras repostar, salimos para Santander
vía Cangas de
Onis, Panes y
Unquera. Desde
allí hasta
Liencres, un ratito por autovía. Para empezar con buen pie,
hicimos un alto, como manda la tradición, en el Puente Romano de
Cangas de
Onis. La idea era tomar un
café, pero muy a pesar nuestro, la máquina estaba estropeada y nos conformamos con una cerveza mientras disfrutábamos de las primeras impresiones del viaje. Una vez más, el destino era
secundario. Rodar en moto ponía una sonrisa en nuestra alma.

Desde
Cangas a Panes, por el desfiladero del
Cares, no por conocido resulta menos espectacular. Un
sinfín de curvas suaves para dejar que la moto se mueva sin esfuerzo.
Río y roca fundidos en uno para rodar sin prisa pero sin pausa. Un aluvión de sensaciones, olores e imágenes de
fácil recuerdo. Un paseo para disfrutar, tanto, que no paramos hasta llegar a
Torrelavega, apenas a 15 minutos de nuestro destino. La casa de Enrique nos
recibió soleada y a mesa puesta.
Elisa, su mujer pendiente de todos los detalles, nos
ofreció sombra para relajarnos y recordar el viaje con placer.

Mientras, el anfitrión se afanaba en preparar la paella, plato fuerte de la reunión. No desmerecen las tortillas de
Eli, que volaron en cuanto se colocaron en la mesa. Todo un esfuerzo para reunir a gente de toda la geografía española. Gente con una afición común, que no una moto, ya que descansaban en la puerta, Varaderos,
BMW y mi Estrella. Se hablo de viajes, se contaron chistes, y se
comió bien.

Este fue el resultado de tanto trabajo. Una paella de la que apenas quedaron las conchas de las almejas.

El animado grupo que no escatimó piropos al acabar con todo lo que se dejaba sobre la mesa. La cerveza y la sangría contribuyeron a crear un ambiente relajado propio para las bromas. Y de esa manera
transcurrió la tarde. Un día de lujo que sin duda debemos agradecer a quien lo hizo posible.

Tras la comida la charla. Muy agradable. Conocer a quienes hoy comparten su afición con
Racing fue un placer. Volver a ver a quienes no
veía desde hace tiempo una alegría.

Poco más que decir. Un año más el Proyecto
Montañés termina con
éxito. Solo la despedida se tornó amarga por alejarnos de
gente a la que no veríamos hasta el próximo proyecto. Pero merece la pena. Son de esas tradiciones que hay que cuidar. Vengas de grupo que vengas, al final lo que nos une es la pasión por las motos. Cualquier moto. Y por los viajes, cualquier viaje. Hasta el
próximo, nos vemos rodando.