20/3/10

El circulo de la vida

Al hilo de ciertos acontecimientos ocurridos en los últimos tiempos, he tenido ratos muertos para darle vueltas a ciertas verdades, al menos yo creí que lo eran, que coloque de forma cuasi obligada como prioridad. La vida no es una carretera sin final. Es cíclica. Vuelven a mi, el facebook es una tortura, personas y situaciones que creía olvidadas. Pero lo más interesante que he podido constatar es que cada una de esas personas, de intensa importancia en mi pasado, está ligada a una motocicleta.
Para no implicar a nadie, esas personas sabrán que me refiero a ellas, cambiaré los nombres, pero no las motos. De esta forma les ayudaré a recordar, si quieren y si no ya tendrán tiempo de recriminármelo.
Tenía yo 17 años y mis feromonas andaban en permanente batalla con el entorno. Siempre he sido cazador, y por lo tanto preparado para el vuelo de reconocimiento y el posterior ataque, muchas veces fracasando en el intento (más de las que me gusta reconocer), pero para lo que no estaba preparado era para Malena. La vi, y me lo acaba de recordar, por primera vez sobre una Lambretta color rojo. Herencia de su padre.
Yo por entonces no tenía un gusto musical definido, y aunque escuchaba mucho Rock´n Roll, por influencia de los Teds (Teddy Boys), no me disgustaba el R´n´B, el Modern Jazz o incluso el Bluebeat. Con Malena comencé a discutir sobre música y otros conceptos sobre los que yo tenía ciertas dudas. Una mujer en moto era, además de una tentación, la oportunidad de conocer algo definitivamente fuera de mi entorno habitual. He de decir que ella tenía 19 años, por lo que veía en mí, tan solo un divertido chavalito con ínfulas de conquistador. Respondía a mi curiosidad y en más de una ocasión, ella sobre su Lambretta y yo en mi Montesa Enduro, sin pintar de negro todavía, recorrimos algunos pueblos cercanos a Madrid. La imagen que ofrecíamos no dejaba indiferente a quien nos veía pasar. Y hasta hace muy poco, había olvidado cuanto aprendí durante el tiempo que rodé junto a Malena.
Unos años más tarde, jinete sobre una imponente MK11 totalmente negra mate, y estudiante eficaz de los Medios de Comunicación, conocí a Tomás. Escribía sobre motos en una revistilla de poca tirada, pero no podía negarse sus amplios conocimientos de mecánica y competición. No hace mucho, me sorprendió un mensaje en mi correo de Facebook…”Tomás ……….. le envía una petición de amistad”, o algo parecido. En un principio, al no reconocer el nombre, ni siquiera conteste, pero días después, otro mensaje me insistía y por curiosidad le reconocí entre mis amigos. Inmediatamente pude ver su fotografía de presentación y ¡vaya sorpresa!, allí estaba mi colega, con su pelo largo hasta la cintura y esa barba de meses que apenas dejaba ver sus facciones. El me enseño a desmontar una moto más complicada, y a repasar uno por uno los puntos clave para que el motor fuera como la seda. Muchos sábados en el aparcamiento de la facultad fumando y charlando mientras trasteábamos con su Ossa Enduro 350. Fueron buenos tiempos. Pensábamos que la vida iba a sonreírnos y que siempre estaríamos ligados al mundo del motor. Poco después moriría un amigo en la carretera. Un camión se lo llevo por delante al saltarse un ceda el paso camino de Boadilla del Monte. La mayoría dejamos las motos. Tomás se negó y al poco tiempo desapareció de nuestras vidas. El si vivió ligado a las motos hasta el día de hoy. Ha sido un placer charlar de nuevo con mi amigo y espero verle pronto.
Con mi primer trabajo adquirí una Sanglas 400 E con motor Yamaha. Mi primer sofá con ruedas. Era dura como ella sola, azul metalizado y un poco meona. Por más que lo intentábamos, siempre caían algunas gotitas de aceite después de un trayecto más o menos importante. Al poco de comprarla, vete a saber por qué motivo, conocí a Isabel. Con un asiento como aquel, estaba seguro de no tirarla al arrancar, por lo que habitualmente la llevaba allá donde fuéramos los amigos. A Isabel le gustaba el punto rebelde que teníamos por aquel entonces, y el hecho de que escribiera reportajes para ciertas revistas., pero no estaba por la labor de ir siempre sobre una moto. Le molestaba el casco, mucho dinero en peluquería, y el no poder ponerse un vestido para ir a bailar. Isabel era una de esas personas que presumen de conseguir siempre lo que quieren y se propuso, ante el horror de mi pandilla, apartarme de ese mundillo. Un año después de comenzar nuestro maravilloso paseo por lo más romántico de la vida, “Take a walk in the wild side” (que Lou Reed me perdone), se planto ante mí, mientras tomábamos una copa y me dio su ultimátum. “O la moto, o yo”, me dijo. Yo la tenía mucho aprecio, pero no me dejo alternativa. Me quede con la Sanglas. Hay quien aun dice que me equivoque. ¡Quien sabe!
Pensaba en cambiar de moto para desplazarme por Madrid. Trabajar en pleno corazón del Barrio de Salamanca no facilitaba el aparcamiento y la moto era la única posibilidad de no dejarte el sueldo en multas y parquímetros. Mi Suzuki 500 tenía ya una pila de km y le había llegado la hora de la jubilación. Por aquel entonces aparecía la Burgman 400. Una Scooter con un gran maletero bajo el asiento, que permitía una rápida circulación y llevar sin problemas cuantos documentos me eran necesarios sin pensar en colocar una maleta en su trasera. Me hice con ella. Se interesó por mi montura en La Calle Alcalá. Paré en un semáforo y ella lo hizo a mi lado con una Vespa 160 con más años y golpes de los que podían aguantar mis ojos. Miré la moto con pena y se dio cuenta. Ante su sonrisa, moví la cabeza y ella asintió. “Una como esa me gustaría”, dijo. Y de ahí para adelante mantuvimos contacto durante más de tres años. Irene, que asi se llamaba, acabo por comprarse otra Burgman y , cada uno en una, la mía grafito, la suya azul, recorrimos algunos de los pueblos más hermosos de la comunidad de Madrid. Un día, decidió darse un tiempo para pensar y hasta que se puso en contacto conmigo a través del Facebook no había vuelto a saber de ella.
Todas esas personas de mi pasado dejaron una huella importante en mi carácter. De ellas aprendí mucho de lo poco que se, y con cada una viví tiempos magníficos en una época en la que dábamos mucha importancia a la camaradería. Lo más curioso es que hasta ahora no había pensado en las motos que nos unieron, pero repasando mi biografía, no exenta de ciertos dramatismos relacionados con el sexo opuesto, cada paso importante en mi vida ha venido acompañado de una moto diferente. Los momentos de rebeldía durante mi juventud han estado ligados a las Enduro. De las pocas marcas que en España se vendían. Motos de cilindrada media con los retoques que les hacíamos nada más llegar a nuestro poder. En mi época más acomodada, grandes Tourers italianas, Alemanas. Después, para intentar volver a la juventud, rápidas japonesas de tremenda potencia de las que pase a las Scooter más cómodas para el trabajo diario y por la facilidad de manejo en ciudad. Ahora, en mi más que discutible mayoría de edad, por decirlo de manera suave, y cuando al parecer voy de cabeza a lo que siempre he pensado que llegaría, la custom más elegante y turista que se fabrica. Todos los giros importantes de mi vida han venido acompañados de una motocicleta. Por eso si miro al futuro, no puedo verme sin rodar por esas carreteras que, anhelantes, aguardan por la vieja Europa. Y me gusta lo que veo.