10/12/08

Corconte; La Ultima Aventura


El puente no prometía nada bueno. Las noticias hablaban de lluvias constantes. Ni un claro, ninguna tregua para la ropa de agua. La moto llevaba días sin salir, pero no olvide cambiar las gomas. Hasta el momento de la partida, nadie se atrevía a asegurar que íbamos a ir en moto. La opción de las cuatro ruedas parecía sumamente atractiva. Pero el domingo amaneció parcialmente nuboso y con algunos claros. Parecía que iba a sernos propicio. De modo que decidimos salir sobre dos ruedas. Nuestro destino; Corconte, más allá del puerto del Escudo, una diminuta agrupación de casas en el embalse del Ebro. Mientras rodábamos camino de Santillana del Mar, primera parada y lugar escogido para la comida, tuvimos bastante suerte y nos respeto la lluvia. Apenas unas gotas para comenzar la aventura. Parada obligada fue la de Unquera. Las corbatas y el cafetín fueron la escusa para conocernos un poco más. Montando Custom, Carlinos y Sandra, Xava y María, Txano y Joshe y Nieves y Julia. A lomos de un pepino de 189cv, Ricky y Rose y con la Bandid Hector y Silvia. Mi Estrella y yo al final de la manada, vigilantes, entusiasmados. A medio café llegaron las sorpresas, Xana y Cabomer con su chiquilla. Nos presentamos y decidimos salir para Santillana mientras el tiempo dejara de lado la tarea de mojarnos. La ruta fue divertida, algo trabada, pero genial de trazado y asfalto.
Llegamos a la cita culinaria a buena hora y escogimos un buen lugar para comer. Nos prepararon la mesa y disfrutamos de una comida muy agradable. Se abrieron los corazones y encontramos una buena armonía entre los aspirantes a submarinistas. La única pega es que Xana y Cabomer con las chicas de la rapidísima 125, eso es pilotar Nieves, nos dejaron para volverse pues no iban a dormir con nosotros. Y allí nos despedimos deseando buena suerte y poco agua para todos. El resto empezamos la tarde con buenas vibraciones, pues los claros se hacían más grandes. Fue un espejismo. Al llegar a Entrambasmestas, inicio de la subida hacia el Escudo, comenzó a lloviznar y a cerrarse la niebla que nos iba a acompañar durante la magnífica subida al puerto. Unos paisajes para no olvidar rodeando el embalse. Pueblos cargados de olores y gente asombrada de nuestra osadía. Pueblos que veían llover desde el calor del hogar, mostrando su imagen más reconocida. El frio y la niebla que se pegaba a nuestras monturas. Y de repente, tras un rato de precioso descenso, el embalse se nos mostro lleno de reflejos por los traviesos rayitos de sol que se escapaban por entre las curiosas formaciones de nubes que se situaban sobre Corconte. Tomamos un minuto para disfrutar del lugar y nos aprestamos a pasar la noche.

Los Bungalows eran una maravilla. Un poco escasos de espacio, pero verdaderamente acogedores. Seis en uno y cinco en otro. Once en total, dispuestos a preparar una buena cena, una delicia culinaria por generosidad de las chicas, y la mejor de las sobremesas. La fiesta fue inenarrable. Baste decir que los tres litros de refrigerante, bebida a base de leche condensada, whisky y otras maravillas, se fue a demasiada velocidad, a decir de varias personas. Se bebió vino, whisky, ron y lo que hizo falta. El juego del tabaco dio para mucho. Y como al día siguiente se pensaba madrugar, je, je, a la camita pasada la hora bruja.
El día comenzó mal. Un inquieto Carlinos deambulaba por entre los chalets y la cafetería para tomar un café. Poco a poco fuimos despertando, que no despejándonos para conocer a nuestros vecinos. Unos curiosos rumanos que tomaron las monturas a modo de caballitos de feria. Que éramos una piña se vio durante el desayuno. Todos a una en el chalet de la fiesta. Y después, con el día mojadito, camino de Orbaneja del Castillo. Me alegro de no habérmelo perdido. Es para repetir. La cascada fue motivo de retratos y palabras de admiración.

Abajo, en Orbaneja, apenas notábamos el agua que caía. De allí para Fontibre, donde el Ebro nace. Buscamos donde comer, pero dado que el día no acompañaba para esquiar, todos los restaurantes estaban llenos. Junto al nacimiento del rio (Fontis Iberis) que da nombre a la península Ibérica, encontramos una Cantina que nos recibió con los brazos abiertos. Una buena sopa y lomo fueron mi elección para terminar con un postre vasco que no estaba mal. En ese lugar emblemático, fue en el último que vimos un poco de sol.

Para volver elegimos pasar por el puerto de Palombera, y a media altura se nos presento la niebla, la nieve y la ventisca, elementos a los que caímos bien, pues no nos dejaron hasta llegar a Cabezón de la Sal. Tras repostar, entramos en un bar del pueblo. Chorreando agua y deseosos de calentarnos un poco, fuimos la comidilla de los tertulianos. ¡Menudos locos estos moteros!, pero no perdimos la alegría en ningún momento. Aun lloviendo, salimos de Cantabria para llegar a Oviedo bajo un intenso chaparrón. Por fin, en casa, deje la ropa secando, mientras el maltratado cuerpo, deseando recuperar su calor natural, comenzaba a notar los kilómetros recorridos. En la bañera, rodeado de vapor y con una rama de incienso aromatizando la casa, apuro a tragos cortos la copa de ron al tiempo que sonaba la melodía de un arreglo de Art Tatoon. Es tiempo de recapitular. Cada kilómetro recorrido mereció la pena. Fueron un par de días interesantes. Conocimos gente nueva y nos unimos más a la de siempre. Con esa compañía estaba dispuesto a salir de viaje sin importar las condiciones climáticas.
Apurando el último trago de ron, deje que los recuerdos bailaran en mi memoria mientras caía en un agradable sopor. Los ojos se me cerraban. Y las imágenes del fin de semana fueron desapareciendo sigilosas, preciosas, grises, mojadas…